La cita
Anahí Rodríguez
Apresuró el paso. No quería llegar tarde.
Su rostro enmarcaba ojeras y un gesto de fatiga que adivinaba una noche anterior no del todo buena.
Felipe era joven: 22 años. Pero había algo en él. Aparentaba ser mayor. Quizá noches de desvelo por cuidar a un pariente enfermo. Tal vez las juergas o simplemente proyectaba ese aspecto por su cabello a medio crecer y sin ninguna forma, por su ropa desteñida, pasada de moda, por esos toscos y empolvados zapatos.
Nadie sabe qué alteraba su edad, pero lo que más dejó lugar a dudas fue su extraño comportamiento: no hablaba con nadie.
Esa mañana, nadie supo adónde se dirigía.
¿Por qué llevaba tanta prisa?
A todo mundo le llamó la atención su rapidez al caminar, todo lo contrario a su ritmo habitual, lento y pausado.
Quienes vieron su expresión no pueden olvidarla. Aunque hay quien dice que reflejaba miedo, otros que el valor era él. Algunos lo vieron nervioso. Otros lo notaron seguro. Yo no sé si su rostro reflejaba todo junto, pero eso sí, quien lo vio pasar jamás lo vio regresar.
Felipe tenía una cita en el barranco, único testigo de su amarga verdad.